LOS BEATLES Y HAMBURGO
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Hamburgo |
Como a casi todo el mundo al que el
rock´n´roll signifique algo en su vida, adoro a los Beatles. Aunque suene
trillado y hasta algo cursi decirlo, ellos cambiaron el mundo en unos tiempos
en los que todavía se podía creer que cuatro tipos salidos de los arrabales de
Liverpool podían llegar a ser mucho más que músicos, iniciando una revolución
social sin precedentes con las únicas armas de sus instrumentos y su
impresionante talento.
Pero mucho antes de la beatlemanía,
de las fans histéricas, de las ventas millonarias, de ser más conocidos que
Jesucristo… los británicos, siendo unos pipiolos y sin ser todavía los Fab
Four, viajaron a Hamburgo, la ciudad alemana del pecado, para dar unos cuantos
conciertos, foguearse fuera de los límites de su entorno y porqué no, pasárselo
bien de paso. Eran adolescentes a tope de testosterona además de músicos, y
fueron a caer en la cuidad adecuada y en el barrio más decadente y canalla de
aquellos años en Europa, Sant Pauli, lugar de peregrinaje para todo aquel que
buscara sexo, drogas y también, rock´n´roll. Hasta allí llegaron John Lennon,
Paul McCartney, Stu Sutcliffe, George Harrison (que allí perdió su virginidad
ante sus compañeros) y Pete Best, y quemaron la ciudad.
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Museo de Los Beatles |
De todas las etapas de los Beatles,
esta es sin duda una de las que más me atraía, cuando eran salvajes e inocentes,
vestían cuero negro y no eran conscientes de lo que estaban a
punto de conseguir. Siempre que mis amigos y yo fantaseábamos con poseer una
máquina del tiempo y poder presenciar un concierto imposible, pensaba que uno
de mis destinos favoritos serían aquellas largas jornadas de puro rock´n´roll
que el entonces quinteto daba en aquellos infectos clubs hamburgueses, donde
según ellos mismos, aprendieron a ser una autentica banda de rock, como el
mismo McCartney recuerda: “Hasta entonces, éramos unos críos con ganas de pasarlo
bien, después de aquello nos convertimos
en una banda casi profesional y nos dimos cuenta de que de verdad éramos buenos
e íbamos a ser grandes”.
El viaje a Hamburgo tenía otro
protagonista, el concierto que Tom Petty & The Heartbreakers daría en la
ciudad dentro de su gira europea, pero esta vez los nervios por un evento que
llevas mucho tiempo esperando, iban a ser compartidos por la oportunidad de
pasar unos cuantos días siguiendo la huella de aquellos primeros Beatles,
visitar los lugares más emblemáticos y ver que rastro hay todavía de aquellos
jóvenes rockeros en la mítica avenida de Reeperbahn.
ATERRIZAJE EN LUBECK
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La fortaleza de Lubeck |
Aterrizamos en la bella ciudad de
Lubeck unas horas antes de que Alemania se enfrentase a Portugal en el primer
partido de los teutones en la Eurocopa. La ciudad, los coches, los locales, la
gente… todos lucen la bandera germana o directamente van pintados con los
colores del país, todavía faltan bastante para el match, pero es igual, todo el
mundo se está preparando para el acontecimiento y de verdad es impresionante el
ambientazo que se vive. Contando que estamos hablando de los primeros pasos de
su selección en el torneo, no quiero pensar lo que pasará en una final.
Disfrutamos de la belleza del lugar
unas horas, pero a primera hora de la tarde nos encaminamos hacía Hamburgo,
tenemos prisa por llegar y empezar a sentir el ambiente del mítico barrio de
Sant Pauli, vamos hasta la estación central de trenes y de ahí al centro de la
ciudad norteña. Si el ambiente futbolero en Lubeck era grande, aquí ya ni te
cuento, ni un taxi dejaba de lucir la bandera alemana, camisetas oficiales a tuti
plen, pinturas de guerra, guirnaldas hawaianas con el rojo, negro y amarillo,
jóvenes y no tan jóvenes reuniéndose en bares y locales, todos por supuesto con
su bandera, brutal.
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Ayuntamiento de Lubeck |
Nosotros por nuestra parte
necesitábamos descifrar el complejo metro germano para llegar a Sant Pauli y
acomodarnos en nuestro apartamento, que estaba ni más ni menos que encima del
Indra Club, el primer garito que vio a los Beatles ofrecer maratonianas
sesiones de siete u ocho horas de rock´n´roll in your face, de hecho, el actual
gerente del club fue el que nos dio las llaves de nuestro alojamiento y nos
proporcionó un buen momento para interrogarle sobre algún asunto Beatle.
Mientras sorteábamos más y más
hinchas futboleros por los andenes del metro, por fin damos con la línea de
tren correcta y hacía allí nos vamos, la estación de Reeperbahn, situada justo
al inicio de la calle del mismo nombre y hogar de los clubs de strippers más
famosos de toda Alemania, además del lugar de correrías de los primeros años de
nuestros héroes.
ST. PAULI – SODOMA Y GOMORRA
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Pivote anunciando el concierto de Tom Petty |
Había visto cientos de veces la
camiseta típica del barrio de St Pauli
(la pirata con la calavera y las tibias cruzadas) a los turistas
alemanes que veranean en nuestras costas, y lo primero que veo cuando salgo al
exterior después del viaje en metro son dos cosas: una chica con dicha camiseta
y una bufanda nacional y un pivote con el cartel del concierto de Tom Petty,
pienso que la vida es bella.
Seguimos la avenida dirección norte
y empezamos a vislumbrar la Beatlles Platz, o lo que es lo mismo, la plaza en
forma de vinilo dedicada a los de Liverpool. Cuatro figuras de metal brillante
representando a los cuatro escarabajos y una quinta algo más separada
representando a Stu Suttcliffe, nos reciben y nos dan la bienvenida a la calle
de Große Freiheit,
el templo del pecado. Dicen que la primera vez que entras en Las Vegas tienes
que hacerlo de noche, para empaparte del espíritu y esplendor de la ciudad de
forma adecuada, con todos los neones, letreros y espectaculares esculturas
encendidas, salvando las distancias, en el caso de esta legendaria avenida se
ha de hacer lo mismo. Los rimbombantes neones rosas del Dollhouse es lo primero
que te impresiona cuando echas la vista hacia el interior de la calle, y una
vez te aventuras a entrar ya te empiezas a imaginar a unos adolescentes Lennon
o McCartney callejeando por allí, y no puedes evitar soltar una sonrisa.
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Grobe Freiheit |
Habíamos decidido acomodarnos primero
en nuestro apartamento, bajar a cenar y dejar para el día siguiente nuestro
primer contacto con el submundo Beatle, estábamos cansados y nos esperaban
jornadas de mucho caminar, de todas maneras, iba ser imposible no emocionarse,
porque para llegar a nuestro destino había que pasar por muchos de esos lugares
de culto. Entre strippers haciendo acrobacias en las barras, señoritas
mostrando sus encantos desde las ventanas de los clubs, un gentío brutal de
hinchas de futbol y gente que solo iba allí a correrse una buena juerga,
vislumbramos el cartel del Kaiserkeller, otro de los locales donde los ingleses
dejaron boquiabierto al personal. Seguimos adelante, ya habrá tiempo de
detenerse ante el templo, más locales de sexo, algún badulaque, cruzamos una
calle y ahí lo tenemos, el Indra Club y justo encima, nuestro apartamento.
Vamos a buscar las llaves a un
restaurante y aprovechamos para tomarnos una buena cerveza teutona y respirar
el decadente aroma de St Pauli, gente extraña pulula por allí, desde grupos de
judíos al uso con trenzas y traje negro, hasta los típicos que van en busca de
drogas, sexo y diversión, en aquella terraza empezamos a entender la legendaria
reputación del barrio de St Pauli, es hora de encaminarnos por fin hacía
nuestro lugar de descanso.
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Nuestro apartamento, encima del mítico Club Indra |
La portería de al lado del Indra es
la nuestra, pero las llaves que nos han dado no abren la puerta, la perspectiva
de quedarnos pasar la noche al raso en un lugar como aquel no es muy halagüeña,
así que decidimos entrar al club ante la respuesta del tipo del restaurante que
nos había hecho de enlace: “A mí solo me han dejado las llaves, no sé nada de
si abren o no”. Una vez dentro, el partido ha comenzado, la locura, los gritos
y las cervezas sirviéndose a la velocidad de la luz es la tónica general, aún
así me fijo en el pequeño, no, pequeñísimo, escenario del local y vuelvo a
imaginarme a las cinco bestias descargando los hits de Chuck Berry, Bo Didley y
Elvis y un escalofrío recorre mi espina dorsal. Pregunto por el gerente del
lugar y viene un simpático señor que me atiende con extrema amabilidad, le
cuento el problema y lo soluciona en un minuto, justo el tiempo en el que va a
la barra a por un juego nuevo de llaves. Mientras las prueba y ante su presunta
edad, no puedo evitar preguntarle si siempre ha vivido allí: “Sí nací aquí y
siempre he vivido aquí”. Perfecto, sigo atacando: ¿Conoció la época de los
Beatles? ¿Los llegó a ver tocar? La respuesta me deja conmocionado: “Yo no
llegué a verlos nunca, sólo tenía un año cuando ellos tocaron aquí, pero mis
padres sí que los vieron, ellos llevaban el local entonces y conocieron a mucha
gente, los Beatles tocaron aquí y gente como Chuck Berry se tomaban unas
cervezas mientras escuchaban música, fueron buenos años. Yo me hice cargo del
club a mediados de los ochenta hasta ahora”. Sí amigos, los padres de este buen
hombre trabajaron para el negrero Bruno Koschmider (el dueño de ese garito y
unos cuantos más) y contrataron a los de Liverpool para tocar rock'n'roll,
mientras soldados de paso y lo peor de cada zona llegaban hasta allí para
gastarse los marcos que tenían en sexo y alcohol.
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El Club Indra |
Después de aquello subimos las
escaleras de aquel legendario edificio y nos encontramos con un vetusto pero
muy acogedor apartamento que iba a ser nuestro hogar en los próximos cuatro
días. Curioso lugar, las bicis se amontonaban en la portería, los rellanos
estaban a tope de botellas vacías y restos de comida de lo que parecía haber
sido una potente fiesta, adhesivos de St Pauli y su célebre calavera por todas
partes, grafitis… mientras, la emoción
vuelve a saltar cuando curioseando por el piso de arriba descubro una puerta
con un cartel que reza “Entrada para los artistas”. ¿Serían esos los míticos
camerinos del Indra? Una cena aderezada
con la visión de los alemanes descontrolados después de la victoria ante
Portugal, un paseo por la gran avenida curioseando las súper mega stores más
enormes que he visto dedicadas al sexo y a dormir, al día siguiente debíamos dejar
de lado nuestra beatlemanía para cruzar al otro lado de la ciudad, el show de
Tom Petty nos esperaba.
BEATLEMANÍA PURA Y DURA
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Plaza de Los Beatles |
Lo primero que decidimos es visitar
el museo Beatlemanía, ubicado a pocos metros de la Beatles Platz, lugar dicho
sea de paso, de reunión de yonkis, camellos, prostitutas y homeless que se
pasan el día allí tirados entre las figuras de nuestros héroes. Lo cierto es
que nos sorprendió encontrar el museo abierto, habían salido noticias de que sus
puertas iban a cerrarse definitivamente ante la poca afluencia de público, pero
no, allí estaba, todavía teníamos tiempo de empaparnos de más cultura Beatle
antes de que desaparezca.
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Museo de Los Beatles |
La verdad es que la discreta entrada
no incita al visitante a que se aventure en su interior, y su pequeño vestíbulo
con ese cutre Hall Of Fame tampoco, allí pegadas de mala manera tenían unas
cuantas fotos de algunas de las celebridades que se habían pasado por allí,
entre artistas que no había oído mencionar en mi vida se colaban instantáneas
de gente como Living End, Uriah Heep o el mismo Klaus Voorman, que había donado
unas cuantas joyitas para la exposición.
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Bajo de Stu Sutcliffe |
Una vez dentro las sensaciones
cambian, sin ser espectacular, sí que conseguían transportarte al Hamburgo de
aquellos cuando en la primera sala te reproducían una oficina de inmigración
con los pasaportes a tamaño natural de los cinco Beatles, jovencísimos,
confiados, asalvajados y dispuestos a comerse el mundo. Las famosas
instantáneas de Astrid Kirschner también son protagonistas y es curioso
constatar la potentísima pinta de auténticos rockers que lucían en aquellos
años con el pelo engominado y esas amenazadoras chupas de cuero, y de todos
ellos, Stu Sutcliffe, el menos músico, el que se había embarcado en aquella
aventura siguiendo a su colega Lennon, era el que mejor imagen gastaba, no lo
llegó a ser, pero lucía como una auténtica estrella.
El recorrido abarca todas
las etapas del grupo, no sólo los años de Hamburgo, y lo mismo puedes disfrutar
de reproducciones del Star Club y numerosa memorabilia de sus años germanos,
que de algunos fetiches impagables como una auténtica Ludwig de Ringo Star, un
Hofner de McCartney, los contratos originales de su estancia en el Top Ten o el
Kaiserkeller, libros firmados de los cinco y dedicados a Astrid Kirschner o un
cuatro pistas salido de los estudios Abbey Road.
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Batería de Pete Best |
Cada disco tiene su espacio
(precioso y minimalista el del “White Album” y absolutamente colorido y
espectacular el de “Sgt Peppers”) y es de especial interés la sala interactiva
donde a un volumen atronador te van enseñando los estragos que causaban a su
paso los Fab Four, con especial atención como es lógico, a los acontecidos en
Alemania, pura histeria, nada que no conozcáis.
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Cuatro pistas de la grabación de los estudios Abbey Road |
Cuando llegas a la tienda del museo
es cuando te das cuenta del inminente cierre del lugar, cuatro cds, algún dvd,
alguna que otra camiseta, postales y chapas, nada más. Al parecer hubo un tiempo
en que podías adquirir auténticas reliquias de aquellos primeros tiempos en
subastas que se celebraban cada poco tiempo e incluso llegaron a comercializar replicas
de las famosas chaquetas de cuero que los Beatles lucían en aquellos días, lástima
haber llegado tarde. Es triste que este pedazo de historia desaparezca, aunque
según parece los responsables están buscando una nueva ubicación, cuesta
imaginar un lugar más adecuado y emblemático para que ese museo siga
existiendo, pero así están las cosas.
ST. PAULI DE DÍA
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Cine Bambi |
Sin los neones resplandecientes ni
las strippers distrayéndote, era hora de buscar las huellas que dejó el grupo
con calma y tranquilidad. Lo primero el cine Bambi, en cuya parte de atrás
pernoctaron, se drogaron y fornicaron hasta hartarse. En aquel infecto lugar se
hospedaron mientras estuvieron reventando tímpanos a la audiencia germana. Por
descontado, sabíamos que dicho cine ya no existía (resultó calcinado tras la
quema de un preservativo como forma de protesta de los Beatles por la expulsión
de George Harrison a Inglaterra), pero sabíamos su ubicación exacta, el número
33 de Paul Rossen Estrasse, y hasta allí nos fuimos para conocer el sitio,
ahora son sólo unos apartamentos de bonito estilo teutónico con un bar debajo,
un pequeño grabado recuerda que ese era el lugar y una vez más fantaseamos imaginando a Stu y
Lennon pillando chicas por los alrededores después de una de sus sesiones de
rock´n´roll, mientras las convencían de tomar unas copas en el Gretel &
Alfons, un bar de mala reputación convertido ahora en un garito de sexo, pero
que en su momento fue objeto de una de las anécdotas más curiosas de los
Beatles, ya que en 1989 Paul McCartney aprovechando su gira por Alemania,
volvió al local para pagar la deuda de 80 marcos que había dejado pendiente
durante sus años locos en Hamburgo.
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Iglesia de Saint Joseph |
El Star Club tampoco existe, allí
pasaron cuando el Indra se les quedo pequeño, y el revuelo que aquellos cinco
ingleses estaban armando empezó a extenderse como la pólvora. Una placa señala
el lugar y unos buzones con los nombres de los Beatles nos dan la pista que
necesitamos para descubrir donde estaba aquel templo del rock´n´roll, cruzamos
un pequeño callejón y vemos una pequeña plaza atestada de bares de todo tipo,
justo a la izquierda vemos una escultura de mármol negro con grabados en oro,
allí se encontraba el legendario Star Club. Un incendio acabo con la historia
de tan importante lugar en las navidades del 69, pero en su década de historia
por su escenario además de los Beatles, pasaron (¡ojo con los nombres!): Bo
Didley, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Brenda Lee, Bill Halley o Chuck Berry…
¡casi nada!
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Monumento en el Star Club |
Cuando la banda tocó en este antro
ya no eran los chavales jóvenes y salvajes de cuando llegaron a la ciudad por
primera vez, Suttcliffe acababa de fallecer y Pete Best había sido sustituido por Ringo Starr, pero
conservaban toda energía bruta juvenil como así lo demuestra el contundente
directo “The Beatles Live At The Star Club”, como los Fillmore, el Apollo o el
Carnegie Hall, aquello era historia del rock´n´roll y me sentía en la gloria
ante lo que fueron sus puertas.
Saliendo de nuevo hacía la calle del
pecado, tan sólo unos metros más adelante y justo enfrente del Kaisekeller, se
encuentra la iglesia de St Joseph. ¿Qué importancia puede tener un templo de
Dios en la historia de los Beatles? Ninguna si no fuera porque en sus paredes
los cuatro escarabajos dejaron su firma en forma de micción después de una
noche de borrachera. Esa afrenta al igual que le ocurrió a Ozzy en El Álamo,
les costó un proceso judicial y la prohibición de volver a pisar tierra
germánica bajo ningún concepto. Evidentemente esto cambió cuando el fenómeno
Beatle estalló con toda su virulencia convirtiéndose en algo que ya trascendía
lo puramente musical. En 1966 volvieron a Hamburgo y a extasiar a las
audiencias alemanas, perdonados de todos sus pecados.
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Entrada al Kaiserkeller |
Como ya hemos dicho, el Kaiserkeller
está justo enfrente y es otro de esos lugares de leyenda, allí los descubrió
Klaus Voorman, allí se quedó petrificado ante la fuerza del grupo, allí llevó a
Astrid Kirschner a que descubriera “ese sorprendente grupo inglés”, allí Astrid
se enamoró de Suttcliffe separándolo de su gran colega John Lennon y allí
conocen a Ringo Starr siendo éste batería de Rory Storm. De allí se fueron al
Top Ten, un local mejor, siendo denunciados por el dueño del Kaiser que
comunicó a las autoridades la minoría de edad de George Harrison, y el resto,
bueno, el resto como se suele decir es historia, pero estaba claro que entre
aquellas paredes los Beatles vivieron de todo, alegrías, tristezas, broncas
(entre ellos, entre el público y con quien se les pusiese por delante) y sobre
todo se hicieron músicos.
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Nuevo cartel del Indra |
Todavía hoy luce en su entrada el cartel que
anunciaba el concierto de Rory Storm y unos teloneros llamados Beatles, lo
hemos visto reproducido cientos de veces, en revistas, libros… pero verlo allí,
donde todo tuvo lugar, nos hace ponernos nostálgicos y algo melancólicos al
pensar en la pena de no haber sido contemporáneos de aquellos años de inocencia
e ingenuidad, cuando el rock´n´roll era todavía algo nuevo y sorprendente.
Hoy en día el Kaiserkeller conserva
cierto encanto, ese neón en forma de guitarra eléctrica es ciertamente
precioso, pero musicalmente hablando se ha convertido en un templo indie donde
se programa desde punk rock hasta música electrónica, al parecer son famosas su
noches temáticas, mientras estuvimos allí se celebró un homenaje a Marilyn
Manson y otra party dedicada al rock siniestro de los ochenta.
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Paul McCartney con la placa de la mítica calle |
Nuestro recorrido acaba en el ya
citado Indra, el más modesto pero a la vez el más encantador de todos ellos. Esa
fachada roja de ladrillo antiguo conserva el encanto del antro lleno de
historia, las esculturas de instrumentos metálicos de su puerta son auténticas
preciosidades y allí empezó todo amigos,
y aunque hoy en día sea tan sólo una garito más sin el protagonismo de otros
clubs más importantes, continua programando música en vivo (preferiblemente
bandas de blues y de jazz y por supuesto grupos tributo de los Beatles) y
sonando auténtico rock'n'roll a todas horas. Nos decepcionó un poco no ver su
legendario luminosos con su logotipo y su elefante (lo robaron hace ya muchos
años), pero ahí está, imperturbable en el tiempo, otro trocito de la historia
de nuestra música.