martes, 26 de junio de 2012

Los Beatles en Hamburgo


LOS BEATLES Y HAMBURGO
Hamburgo
Como a casi todo el mundo al que el rock´n´roll signifique algo en su vida, adoro a los Beatles. Aunque suene trillado y hasta algo cursi decirlo, ellos cambiaron el mundo en unos tiempos en los que todavía se podía creer que cuatro tipos salidos de los arrabales de Liverpool podían llegar a ser mucho más que músicos, iniciando una revolución social sin precedentes con las únicas armas de sus instrumentos y su impresionante talento.
Pero mucho antes de la beatlemanía, de las fans histéricas, de las ventas millonarias, de ser más conocidos que Jesucristo… los británicos, siendo unos pipiolos y sin ser todavía los Fab Four, viajaron a Hamburgo, la ciudad alemana del pecado, para dar unos cuantos conciertos, foguearse fuera de los límites de su entorno y porqué no, pasárselo bien de paso. Eran adolescentes a tope de testosterona además de músicos, y fueron a caer en la cuidad adecuada y en el barrio más decadente y canalla de aquellos años en Europa, Sant Pauli, lugar de peregrinaje para todo aquel que buscara sexo, drogas y también, rock´n´roll. Hasta allí llegaron John Lennon, Paul McCartney, Stu Sutcliffe, George Harrison (que allí perdió su virginidad ante sus compañeros) y Pete Best, y quemaron la ciudad.
Museo de Los Beatles
De todas las etapas de los Beatles, esta es sin duda una de las que más me atraía, cuando eran salvajes e inocentes, vestían cuero negro   y no eran conscientes de lo que estaban a punto de conseguir. Siempre que mis amigos y yo fantaseábamos con poseer una máquina del tiempo y poder presenciar un concierto imposible, pensaba que uno de mis destinos favoritos serían aquellas largas jornadas de puro rock´n´roll que el entonces quinteto daba en aquellos infectos clubs hamburgueses, donde según ellos mismos, aprendieron a ser una autentica banda de rock, como el mismo McCartney recuerda: “Hasta entonces, éramos unos críos con ganas de pasarlo bien, después de aquello  nos convertimos en una banda casi profesional y nos dimos cuenta de que de verdad éramos buenos e íbamos a ser grandes”.
El viaje a Hamburgo tenía otro protagonista, el concierto que Tom Petty & The Heartbreakers daría en la ciudad dentro de su gira europea, pero esta vez los nervios por un evento que llevas mucho tiempo esperando, iban a ser compartidos por la oportunidad de pasar unos cuantos días siguiendo la huella de aquellos primeros Beatles, visitar los lugares más emblemáticos y ver que rastro hay todavía de aquellos jóvenes rockeros en la mítica avenida de Reeperbahn.


ATERRIZAJE EN LUBECK
La fortaleza de Lubeck
Aterrizamos en la bella ciudad de Lubeck unas horas antes de que Alemania se enfrentase a Portugal en el primer partido de los teutones en la Eurocopa. La ciudad, los coches, los locales, la gente… todos lucen la bandera germana o directamente van pintados con los colores del país, todavía faltan bastante para el match, pero es igual, todo el mundo se está preparando para el acontecimiento y de verdad es impresionante el ambientazo que se vive. Contando que estamos hablando de los primeros pasos de su selección en el torneo, no quiero pensar lo que pasará en una final.
Disfrutamos de la belleza del lugar unas horas, pero a primera hora de la tarde nos encaminamos hacía Hamburgo, tenemos prisa por llegar y empezar a sentir el ambiente del mítico barrio de Sant Pauli, vamos hasta la estación central de trenes y de ahí al centro de la ciudad norteña. Si el ambiente futbolero en Lubeck era grande, aquí ya ni te cuento, ni un taxi dejaba de lucir la bandera alemana, camisetas oficiales a tuti plen, pinturas de guerra, guirnaldas hawaianas con el rojo, negro y amarillo, jóvenes y no tan jóvenes reuniéndose en bares y locales, todos por supuesto con su bandera, brutal.
Ayuntamiento de Lubeck
Nosotros por nuestra parte necesitábamos descifrar el complejo metro germano para llegar a Sant Pauli y acomodarnos en nuestro apartamento, que estaba ni más ni menos que encima del Indra Club, el primer garito que vio a los Beatles ofrecer maratonianas sesiones de siete u ocho horas de rock´n´roll in your face, de hecho, el actual gerente del club fue el que nos dio las llaves de nuestro alojamiento y nos proporcionó un buen momento para interrogarle sobre algún asunto Beatle.
Mientras sorteábamos más y más hinchas futboleros por los andenes del metro, por fin damos con la línea de tren correcta y hacía allí nos vamos, la estación de Reeperbahn, situada justo al inicio de la calle del mismo nombre y hogar de los clubs de strippers más famosos de toda Alemania, además del lugar de correrías de los primeros años de nuestros héroes.

ST. PAULI – SODOMA Y GOMORRA
Pivote anunciando el
concierto de Tom Petty
Había visto cientos de veces la camiseta típica del barrio de St Pauli  (la pirata con la calavera y las tibias cruzadas) a los turistas alemanes que veranean en nuestras costas, y lo primero que veo cuando salgo al exterior después del viaje en metro son dos cosas: una chica con dicha camiseta y una bufanda nacional y un pivote con el cartel del concierto de Tom Petty, pienso que la vida es bella.
Seguimos la avenida dirección norte y empezamos a vislumbrar la Beatlles Platz, o lo que es lo mismo, la plaza en forma de vinilo dedicada a los de Liverpool. Cuatro figuras de metal brillante representando a los cuatro escarabajos y una quinta algo más separada representando a Stu Suttcliffe, nos reciben y nos dan la bienvenida a la calle de Große Freiheit, el templo del pecado. Dicen que la primera vez que entras en Las Vegas tienes que hacerlo de noche, para empaparte del espíritu y esplendor de la ciudad de forma adecuada, con todos los neones, letreros y espectaculares esculturas encendidas, salvando las distancias, en el caso de esta legendaria avenida se ha de hacer lo mismo. Los rimbombantes neones rosas del Dollhouse es lo primero que te impresiona cuando echas la vista hacia el interior de la calle, y una vez te aventuras a entrar ya te empiezas a imaginar a unos adolescentes Lennon o McCartney callejeando por allí, y no puedes evitar soltar una sonrisa.
Grobe Freiheit
Habíamos decidido acomodarnos primero en nuestro apartamento, bajar a cenar y dejar para el día siguiente nuestro primer contacto con el submundo Beatle, estábamos cansados y nos esperaban jornadas de mucho caminar, de todas maneras, iba ser imposible no emocionarse, porque para llegar a nuestro destino había que pasar por muchos de esos lugares de culto. Entre strippers haciendo acrobacias en las barras, señoritas mostrando sus encantos desde las ventanas de los clubs, un gentío brutal de hinchas de futbol y gente que solo iba allí a correrse una buena juerga, vislumbramos el cartel del Kaiserkeller, otro de los locales donde los ingleses dejaron boquiabierto al personal. Seguimos adelante, ya habrá tiempo de detenerse ante el templo, más locales de sexo, algún badulaque, cruzamos una calle y ahí lo tenemos, el Indra Club y justo encima, nuestro apartamento.
Vamos a buscar las llaves a un restaurante y aprovechamos para tomarnos una buena cerveza teutona y respirar el decadente aroma de St Pauli, gente extraña pulula por allí, desde grupos de judíos al uso con trenzas y traje negro, hasta los típicos que van en busca de drogas, sexo y diversión, en aquella terraza empezamos a entender la legendaria reputación del barrio de St Pauli, es hora de encaminarnos por fin hacía nuestro lugar de descanso.
Nuestro apartamento, encima del
mítico Club Indra
La portería de al lado del Indra es la nuestra, pero las llaves que nos han dado no abren la puerta, la perspectiva de quedarnos pasar la noche al raso en un lugar como aquel no es muy halagüeña, así que decidimos entrar al club ante la respuesta del tipo del restaurante que nos había hecho de enlace: “A mí solo me han dejado las llaves, no sé nada de si abren o no”. Una vez dentro, el partido ha comenzado, la locura, los gritos y las cervezas sirviéndose a la velocidad de la luz es la tónica general, aún así me fijo en el pequeño, no, pequeñísimo, escenario del local y vuelvo a imaginarme a las cinco bestias descargando los hits de Chuck Berry, Bo Didley y Elvis y un escalofrío recorre mi espina dorsal. Pregunto por el gerente del lugar y viene un simpático señor que me atiende con extrema amabilidad, le cuento el problema y lo soluciona en un minuto, justo el tiempo en el que va a la barra a por un juego nuevo de llaves. Mientras las prueba y ante su presunta edad, no puedo evitar preguntarle si siempre ha vivido allí: “Sí nací aquí y siempre he vivido aquí”. Perfecto, sigo atacando: ¿Conoció la época de los Beatles? ¿Los llegó a ver tocar? La respuesta me deja conmocionado: “Yo no llegué a verlos nunca, sólo tenía un año cuando ellos tocaron aquí, pero mis padres sí que los vieron, ellos llevaban el local entonces y conocieron a mucha gente, los Beatles tocaron aquí y gente como Chuck Berry se tomaban unas cervezas mientras escuchaban música, fueron buenos años. Yo me hice cargo del club a mediados de los ochenta hasta ahora”. Sí amigos, los padres de este buen hombre trabajaron para el negrero Bruno Koschmider (el dueño de ese garito y unos cuantos más) y contrataron a los de Liverpool para tocar rock'n'roll, mientras soldados de paso y lo peor de cada zona llegaban hasta allí para gastarse los marcos que tenían en sexo y alcohol.
El Club Indra
Después de aquello subimos las escaleras de aquel legendario edificio y nos encontramos con un vetusto pero muy acogedor apartamento que iba a ser nuestro hogar en los próximos cuatro días. Curioso lugar, las bicis se amontonaban en la portería, los rellanos estaban a tope de botellas vacías y restos de comida de lo que parecía haber sido una potente fiesta, adhesivos de St Pauli y su célebre calavera por todas partes, grafitis…  mientras, la emoción vuelve a saltar cuando curioseando por el piso de arriba descubro una puerta con un cartel que reza “Entrada para los artistas”. ¿Serían esos los míticos camerinos del Indra?  Una cena aderezada con la visión de los alemanes descontrolados después de la victoria ante Portugal, un paseo por la gran avenida curioseando las súper mega stores más enormes que he visto dedicadas al sexo y a dormir, al día siguiente debíamos dejar de lado nuestra beatlemanía para cruzar al otro lado de la ciudad, el show de Tom Petty nos esperaba.

BEATLEMANÍA PURA Y DURA
Plaza de Los Beatles
Lo primero que decidimos es visitar el museo Beatlemanía, ubicado a pocos metros de la Beatles Platz, lugar dicho sea de paso, de reunión de yonkis, camellos, prostitutas y homeless que se pasan el día allí tirados entre las figuras de nuestros héroes. Lo cierto es que nos sorprendió encontrar el museo abierto, habían salido noticias de que sus puertas iban a cerrarse definitivamente ante la poca afluencia de público, pero no, allí estaba, todavía teníamos tiempo de empaparnos de más cultura Beatle antes de que desaparezca.
Museo de Los Beatles
La verdad es que la discreta entrada no incita al visitante a que se aventure en su interior, y su pequeño vestíbulo con ese cutre Hall Of Fame tampoco, allí pegadas de mala manera tenían unas cuantas fotos de algunas de las celebridades que se habían pasado por allí, entre artistas que no había oído mencionar en mi vida se colaban instantáneas de gente como Living End, Uriah Heep o el mismo Klaus Voorman, que había donado unas cuantas joyitas para la exposición.
Bajo de Stu Sutcliffe
Una vez dentro las sensaciones cambian, sin ser espectacular, sí que conseguían transportarte al Hamburgo de aquellos cuando en la primera sala te reproducían una oficina de inmigración con los pasaportes a tamaño natural de los cinco Beatles, jovencísimos, confiados, asalvajados y dispuestos a comerse el mundo. Las famosas instantáneas de Astrid Kirschner también son protagonistas y es curioso constatar la potentísima pinta de auténticos rockers que lucían en aquellos años con el pelo engominado y esas amenazadoras chupas de cuero, y de todos ellos, Stu Sutcliffe, el menos músico, el que se había embarcado en aquella aventura siguiendo a su colega Lennon, era el que mejor imagen gastaba, no lo llegó a ser, pero lucía como una auténtica estrella. 
El recorrido abarca todas las etapas del grupo, no sólo los años de Hamburgo, y lo mismo puedes disfrutar de reproducciones del Star Club y numerosa memorabilia de sus años germanos, que de algunos fetiches impagables como una auténtica Ludwig de Ringo Star, un Hofner de McCartney, los contratos originales de su estancia en el Top Ten o el Kaiserkeller, libros firmados de los cinco y dedicados a Astrid Kirschner o un cuatro pistas salido de los estudios Abbey Road.
Batería de Pete Best
Cada disco tiene su espacio (precioso y minimalista el del “White Album” y absolutamente colorido y espectacular el de “Sgt Peppers”) y es de especial interés la sala interactiva donde a un volumen atronador te van enseñando los estragos que causaban a su paso los Fab Four, con especial atención como es lógico, a los acontecidos en Alemania, pura histeria, nada que no conozcáis.
Cuatro pistas de la
grabación de los estudios
Abbey Road
Cuando llegas a la tienda del museo es cuando te das cuenta del inminente cierre del lugar, cuatro cds, algún dvd, alguna que otra camiseta, postales y chapas, nada más. Al parecer hubo un tiempo en que podías adquirir auténticas reliquias de aquellos primeros tiempos en subastas que se celebraban cada poco tiempo e incluso llegaron a comercializar replicas de las famosas chaquetas de cuero que los Beatles lucían en aquellos días, lástima haber llegado tarde. Es triste que este pedazo de historia desaparezca, aunque según parece los responsables están buscando una nueva ubicación, cuesta imaginar un lugar más adecuado y emblemático para que ese museo siga existiendo, pero así están las cosas.

ST. PAULI  DE DÍA
Cine Bambi
Sin los neones resplandecientes ni las strippers distrayéndote, era hora de buscar las huellas que dejó el grupo con calma y tranquilidad. Lo primero el cine Bambi, en cuya parte de atrás pernoctaron, se drogaron y fornicaron hasta hartarse. En aquel infecto lugar se hospedaron mientras estuvieron reventando tímpanos a la audiencia germana. Por descontado, sabíamos que dicho cine ya no existía (resultó calcinado tras la quema de un preservativo como forma de protesta de los Beatles por la expulsión de George Harrison a Inglaterra), pero sabíamos su ubicación exacta, el número 33 de Paul Rossen Estrasse, y hasta allí nos fuimos para conocer el sitio, ahora son sólo unos apartamentos de bonito estilo teutónico con un bar debajo, un pequeño grabado recuerda que ese era el lugar  y una vez más fantaseamos imaginando a Stu y Lennon pillando chicas por los alrededores después de una de sus sesiones de rock´n´roll, mientras las convencían de tomar unas copas en el Gretel & Alfons, un bar de mala reputación convertido ahora en un garito de sexo, pero que en su momento fue objeto de una de las anécdotas más curiosas de los Beatles, ya que en 1989 Paul McCartney aprovechando su gira por Alemania, volvió al local para pagar la deuda de 80 marcos que había dejado pendiente durante sus años locos en Hamburgo.
Iglesia de Saint Joseph
El Star Club tampoco existe, allí pasaron cuando el Indra se les quedo pequeño, y el revuelo que aquellos cinco ingleses estaban armando empezó a extenderse como la pólvora. Una placa señala el lugar y unos buzones con los nombres de los Beatles nos dan la pista que necesitamos para descubrir donde estaba aquel templo del rock´n´roll, cruzamos un pequeño callejón y vemos una pequeña plaza atestada de bares de todo tipo, justo a la izquierda vemos una escultura de mármol negro con grabados en oro, allí se encontraba el legendario Star Club. Un incendio acabo con la historia de tan importante lugar en las navidades del 69, pero en su década de historia por su escenario además de los Beatles, pasaron (¡ojo con los nombres!): Bo Didley, Little Richard, Jerry Lee Lewis, Brenda Lee, Bill Halley o Chuck Berry… ¡casi nada!
Monumento en el Star Club
Cuando la banda tocó en este antro ya no eran los chavales jóvenes y salvajes de cuando llegaron a la ciudad por primera vez, Suttcliffe acababa de fallecer y Pete Best  había sido sustituido por Ringo Starr, pero conservaban toda energía bruta juvenil como así lo demuestra el contundente directo “The Beatles Live At The Star Club”, como los Fillmore, el Apollo o el Carnegie Hall, aquello era historia del rock´n´roll y me sentía en la gloria ante lo que fueron sus puertas.
Saliendo de nuevo hacía la calle del pecado, tan sólo unos metros más adelante y justo enfrente del Kaisekeller, se encuentra la iglesia de St Joseph. ¿Qué importancia puede tener un templo de Dios en la historia de los Beatles? Ninguna si no fuera porque en sus paredes los cuatro escarabajos dejaron su firma en forma de micción después de una noche de borrachera. Esa afrenta al igual que le ocurrió a Ozzy en El Álamo, les costó un proceso judicial y la prohibición de volver a pisar tierra germánica bajo ningún concepto. Evidentemente esto cambió cuando el fenómeno Beatle estalló con toda su virulencia convirtiéndose en algo que ya trascendía lo puramente musical. En 1966 volvieron a Hamburgo y a extasiar a las audiencias alemanas, perdonados de todos sus pecados. 
Entrada al Kaiserkeller
Como ya hemos dicho, el Kaiserkeller está justo enfrente y es otro de esos lugares de leyenda, allí los descubrió Klaus Voorman, allí se quedó petrificado ante la fuerza del grupo, allí llevó a Astrid Kirschner a que descubriera “ese sorprendente grupo inglés”, allí Astrid se enamoró de Suttcliffe separándolo de su gran colega John Lennon y allí conocen a Ringo Starr siendo éste batería de Rory Storm. De allí se fueron al Top Ten, un local mejor, siendo denunciados por el dueño del Kaiser que comunicó a las autoridades la minoría de edad de George Harrison, y el resto, bueno, el resto como se suele decir es historia, pero estaba claro que entre aquellas paredes los Beatles vivieron de todo, alegrías, tristezas, broncas (entre ellos, entre el público y con quien se les pusiese por delante) y sobre todo se hicieron músicos. 
Nuevo cartel del Indra
Todavía hoy luce en su entrada el cartel que anunciaba el concierto de Rory Storm y unos teloneros llamados Beatles, lo hemos visto reproducido cientos de veces, en revistas, libros… pero verlo allí, donde todo tuvo lugar, nos hace ponernos nostálgicos y algo melancólicos al pensar en la pena de no haber sido contemporáneos de aquellos años de inocencia e ingenuidad, cuando el rock´n´roll era todavía algo nuevo y sorprendente.
Hoy en día el Kaiserkeller conserva cierto encanto, ese neón en forma de guitarra eléctrica es ciertamente precioso, pero musicalmente hablando se ha convertido en un templo indie donde se programa desde punk rock hasta música electrónica, al parecer son famosas su noches temáticas, mientras estuvimos allí se celebró un homenaje a Marilyn Manson y otra party dedicada al rock siniestro de los ochenta.
Paul McCartney con la placa de la mítica calle
Nuestro recorrido acaba en el ya citado Indra, el más modesto pero a la vez el más encantador de todos ellos. Esa fachada roja de ladrillo antiguo conserva el encanto del antro lleno de historia, las esculturas de instrumentos metálicos de su puerta son auténticas preciosidades y  allí empezó todo amigos, y aunque hoy en día sea tan sólo una garito más sin el protagonismo de otros clubs más importantes, continua programando música en vivo (preferiblemente bandas de blues y de jazz y por supuesto grupos tributo de los Beatles) y sonando auténtico rock'n'roll a todas horas. Nos decepcionó un poco no ver su legendario luminosos con su logotipo y su elefante (lo robaron hace ya muchos años), pero ahí está, imperturbable en el tiempo, otro trocito de la historia de nuestra música.