miércoles, 13 de noviembre de 2013

Yo pensaba que el boogie era otra cosa...

Mi primer acercamiento al boogie rock fue con Status Quo, banda escandalosamente ninguneada por un amplío sector del rockerío, que los considera una formación futíl, blanda y vendida al maimstream. No sé para vosotros, pero para mí las siluetas de Parfitt, Rossi y Lancaster moviéndose al unísono mientras atacan, por ejemplo, “Caroline”, es sinónimo de puro rock´n´boogie in your face. Luego llegaron otros maestros del género. Debo citar a Canned Heat como otros de mis favoritos, por supuesto ZZ Top, la profunda guitarra de John Lee Hooker, que con ese tempo te arrastraba al mismísimo infierno, todos los grandes del southern rock, con especial mención a los inmensos Foghat y a mis adorados Lynyrd Skynyrd y tampoco me gustaría olvidarme de Black Oak Arkansas, cuyo clásico “Jim Dandy” lo debo haber escuchado, bailado y disfrutado en millones de ocasiones. Sí señor, tenía muy claro lo que era el boogie rock por excelencia o al menos eso creía.
Cuando cayó en mis manos “Focus Level”, la primera entrega de Endless Boogie, me tuvo hipnotizado una temporada larga. Era imposible etiquetarlos ni describirlos, raros de cojones, eran como un aborto bastardo entre el blues más primigenio y la psicodelia más pasada de vueltas y sin embargo, ellos, más concretamente el guitarrista Paul Major, se definían como una banda de boogie infernal, “sólo queremos llevar la música de John Lee Hooker y Son House a otro nivel. Somos como ese boogie blues interminable y tenebroso que va a por ti para arrastrarte a lo más profundo de tus pesadillas”. La cita es extraña, pero totalmente definitoria de lo que era su música, una jam interminable donde las enmarañadas guitarras de la pareja Major/ Eklow literalmente te hieren el alma, mientras los gruñidos y susurros del Sr. Top Dollar (el alias de Paul Major) te hacen viajar a una dimensión donde los espíritus de Willie Dixon, Robert Johnson, Fred McDowell, Muddy Waters o Son House están montando una buena fiesta.
Hubo cierto conato de éxito cuando una canción de su segundo largo, “Tarmac City”, fue incluida en la banda sonora de la popular serie Sons Of Anarchy, dándole al cuarteto neoyorkino cierta notoriedad, pero sólo fue eso, unas cuantas menciones en alguna publicación de tendencias y vuelta al oscuro underground. Lógico, a pesar de que “Full House Head” era otro impecable manual de cómo coger el legado del blues y hacer algo novedoso, fresco y excitante, el álbum pasó prácticamente desapercibido para un público que los encontraba demasiado extraños. Justo tras la salida de su segundo engendro, leí a Jesper Eklow decir unas cuantas verdades: “Podríamos sonar más normales, pero no nos sale, amamos a gente como Captain Beefheart o Frank Zappa y si a ellos les sirvió, no veo porqué nosotros no podemos hacer lo que queramos. Si prefieres el blues limpio y comercial ahí tienes los artistas de Alligator, nosotros hacemos otra cosa, tómanos o déjanos es así de sencillo”.

Y eso lo decía después de facturar el que se me antoja su disco más “accesible”, porque con “Long Island”, su hasta la fecha última referencia, vuelven a la senda más retorcida, al camino menos transitado, al sonido más enfermo, en otro pepinazo de puro blues demoniaco e incandescente que hace que los altavoces de tu equipo estallen en mil pedazos. Pues sí amigos, estaba equivocado de medio a medio, mi concepto de lo que es el boogie ha cambiado por completo, y la culpa la tiene esta panda de psycho killers que han agarrado por el cuello al estilo, lo han matado, se lo han comido, lo han digerido y han expulsado al mundo otro concepto de blues totalmente diferente al que estábamos acostumbrados: el boogie sin fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario